viernes

Atajando goles al tiempo


Relatos de un vialino

Por el Fogonero auriNeiro

Caminando por Freire escuché a alguien decir que había leído en el diario una muy mala noticia. Chucha –dije para mis adentros-  ojalá que no sea lo que pienso. No quise detener la marcha y preguntar  de qué se trataba, pedir explicaciones o coordenadas precisas. Simplemente agaché la cabeza y seguí.  Unas cuadras más allá, me precipité sobre un Kiosco y busqué silenciosamente en los diarios.

Un poco más allá de las páginas deportivas,  encontré una  noticia que me dejó estupefacto.  Un verdadero cañonazo directo en la memoria. Un fusilamiento desde los doce pasos.

Doblé el diario, pagué con un par de monedas y me puse a caminar sin rumbo claro.

Parece se va a echar a perder el tiempo –pensé de pronto -,  mientras releía la noticia en una banca de la Plaza Cruz. Unas gotas que mojaron el papel  anunciaban lo que sería un terrible aguacero (en el inconsciente colectivo).

Terminé de leer, y me quedé  mucho rato mirando a unos viejos que conversaban a lo lejos. Cerré el diario y caminé por Angol un par de cuadras más abajo.  No sé porqué, pero no quise volver a la casa y  me puse a recorrer la línea del tren en sentido contrario. Casi al final,  debajo del cerro chepe,  encontré unos vagones antiguos descasando sobre unos rieles que no llegan a ninguna parte.  Sin nada más que hacer, me puse a recorrer esa especie de museo improvisado y deambulé un rato entre  carros viejos,  esperando ordenar un par de ideas que no me dejaban tranquilo.

La  noticia fue un gol inesperado.

Entre los vagones, encontré un viejo coche de pasajeros, uno de esos típicos de las películas, esos en los que viajaban y se fotografiaban  nuestros abuelos (Uno de esos en los que nunca pude ni podré viajar en Chile por culpa de Pinocho y la Concerta).  

Todo estaba configurado aquella tarde para una escena sur-realista; un carro fantasma  y una ciudad a punto de inundarse.

Me senté un rato en uno de los pocos asientos que aún quedaban y  me puse a contemplar la ciudad de la furia. Nunca me había dado cuenta de lo ridículamente triste que es ver pasar el tiempo desde la ventanilla de un vagón abandonado.

Poco a poco, y mientras contemplaba la ciudad, el carro de fue llenando de gente. Recuerdo haber visto señoras con bolsos y gallinas. Familias enteras, mujeres, niños… unos viejos con garrafas de vino haciendo salú. Poco a poco, gritos y risas comenzaron a inundar todo el espacio. Nadie se sentaba, todos estaban de pié. La gente parecía feliz, festejaban.  Afuera se escuchaban cantos, músicos, ruido de trompetas, gritos desgarrados, bocinas de trenes…  Todo muy confuso, como en una película antigua articulada por un montaje incoherente.

¿Qué pasó?- le pregunté  a una señora que estaba al lado mío -  No me respondió, parecía no escucharme. Tuve que preguntarle tres veces más, y recién a la cuarta se dio cuenta de mi presencia.

El pueblo… el pueblo - me contestó-

¿El pueblo? ¿Qué pasa con el pueblo?- volví a preguntarle. Pero cuando quise insistir ya no estaba a mi lado, se había sumergido en la multitud. No pude alcanzarla, el carro estaba lleno de gente.

No encontré a nadie que pudiera  explicarme lo que sucedía. El ruido ensordecedor que venía desde afuera hacía que todo fuese aún más confuso.

-¿Qué está pasando? Le pregunté a un niño que pasó corriendo agitando una bandera que me era conocida.

- El Vial- Me dijo.
- ¿El Vial?
- Si el Vial señor.
- ¿El Vial? ¿Qué pasó con el Vial?
Me quedo mirando fijamente, extrañado, como si no entendiera lo que le preguntaba.
- Fue Campeón.
- ¿Campeón?
- Sí, Campeón señor. Campeón Regional señor…
- Pero…  ¿Cómo? ¿Cuándo?... 

Escuché un ruido fuerte en la ventanilla. Al mirar hacia afuera, distinguí la figura de un viejo que me hacía señas para  que  bajara del tren. Ya se había hecho tarde y estaba comenzando a llover. De vuelta a la realidad, me puse a caminar por la línea del tren, no sin antes  inventarle al cuidador una razón que explicara mi particular descanso en uno de los vagones que el debía custodiar. 

A lo largo del camino, la lluvia lejos de amainar se hizo cada vez más intensa.

Ese día, un periódico de la zona informó sobre la lamentable muerte de uno de los mejores jugadores de futbol en la historia de Fernández Vial y la región;  Onofre Pino.  Me topé con la noticia por casualidad en un quiosco del centro. Falleció un 16 de junio de 2012, justo un día después de que se cumplieran 109 años desde aquel mítico día en que los trabajadores ferroviarios decidieran re-bautizar su querido club Internacional F.C. con el nombre del glorioso almirante Arturo Fernández Vial.  Al parecer, esperó hasta el último día en que pudo  homenajear al su querido club antes de partir al otro mundo.

Todos los que lo conocieron, en estos momentos deben sentir un gran vacío. Los que no lo conocimos, también.

En mi caso, la noticia me afectó precisamente  porque no lo conocí. Porque no alcancé a conocerlo, porque no escuché sus historias, sus relatos. Sentí una sensación extraña, como cuando uno pierde un partido con un gol de penal sobre los descuentos.

Con  Onofre Pino se nos fue también un fragmento de historia, un pedazo de memoria. 

Campeón Regional con Vial en los años 1958 y 1959. Entre otras hazañas, vistió la camiseta aurinegra aquella mágica tarde de enero en que el Vial, campeón del  regional, enfrento en Collao al poderoso Wanderers, flamante campeón del nacional el año 58`. Para algarabía del pueblo sureño, con un estadio repleto, en una fiesta popular, el Vial derrotó al Campeón profesional por 6 goles a 1. Fue una gran victoria, una  verdadera hazaña para el fútbol local que refleja la relevancia de este torneo injustamente olvidado por el excesivo centralismo que anestesia a nuestro pueblo.

Sin duda, ha sido uno de los mejores arqueros que ha dado nuestra tierra. Tuvo el gran honor de jugar contra el Rey Pelé cuando reforzó a Naval en aquel mítico partido contra Santos jugado en el Estadio El Morro de Talcahuano. Hace tiempo venía jugando a los penales con la muerte, hasta que ya no más y un día de junio tomó el tren hasta la próxima estación para emprender un viaje sin retorno.  Allí, de seguro se reunirá con todos vialinos que han partido al otro mundo.

Caminando bajo la lluvia no me puedo sacar de encima la imagen de ese tren abandonado al borde del cerro Chepe y en todas las historias que se tejieron en sus viajes  y que quedarán guardadas entre sus fierros oxidados sin que podamos revivirlas jamás.

Hace unos años atrás, antes de la implantación de la estúpida ley estadio seguro, se podía leer en Collao un lienzo que decía “Vialito, cuando me muera te alentaré desde el cielo”.

Antes de entrar a mi casa y sumergirme en la vida de todos los dias, pienso en el Vial, en el pueblo, y en el hecho de que, a pesar de los altibajos futbolísticos y las divisiones, sólo la persistencia de la memoria nos hará inmortales.

A ver si alguna vez logramos atajarle un gol al tiempo…

Tres rás por el Vial…

 y tres rás por Onofre Pino.

miércoles

Sobre los borrachos del Vial y el agua potable.

Memorias de un hincha vialino

Sobre los borrachos del Vial y el agua potable.


Bar vialino años 60



Cuando prendí la tele no lo podía creer. Era un mediodía de febrero o marzo del año 2008, por lo que me acuerdo. Prendí la tele y sintonicé un canal regional, y me enteré que ese día el vialito estrenaba nueva camiseta y, por la televisión, por esa la cajita imbécil, estaban cubriendo la noticia.
Recuerdo haber visto al Zorro Muñoz ponerse una camiseta, nuestra clásica amarilla con franjas negra y a otro jugador, probablemente el Chiqui Chavarría, probarse una blanco con negro que tenía una franja amarilla al medio. Creo también haber visto Tato Ortíz y a un par de dirigentes sinvergüenzas (lo que no es novedad, ya que los últimos 10 años hemos tenido casi exclusivamente dirigentes sin vergüenzas) mezclandose con unas modelos que nunca había visto en el estadio, estaban en un céntrico hotel de la ciudad o algo así, ya no me acuerdo bien, los recuerdos se pierden en una nebulosa gastada por el tiempo.
Cuando el Zorro Muñoz desplegó su camiseta quede estupefacto. En medio de la aurinegra, y con notorias letras azules, se vislumbraba la marca de una conocida empresa que reparte el agua potable en la zona.
La misma puta empresa que nos endeuda todos los fines de mes con usureros cobros cada vez más alto. La misma sanitaria que antes fue estatal y que, por chanchullos de la concertación, fue a parar a manos de los putos empresarios que se han robado este país pese a la oposición de la comunidad penquista.

Chucha, dije, y me quede unos minutos en silencio como un robot oxidado e inerte. No se si fue una actitud meditativa, o sorpresa o estupefacción. La cosa es que me quedé parado mucho tiempo sin moverme, como si el sinsentido, de pronto, se hubiese apoderado del mundo.
Solo logré volver en mí, cuando estaba terminando el noticiario. Simplemente apagué la tele y me fui a duchar sin poder pensar en ninguna cosa.
Caminando por el paseo peatonal un rato más tarde, entre encrucijadas e imágenes mentales, me recordé de muchos episodios en los cuales, sin saber porque, el único factor común era la herencia ancestral vinculada al alcoholismo que azota esta tierra del Bio-bio. Alguna relación tendría con el sinsentido de la existencia o simplemente lo del agua potable me afecto.

Tenía como cuatro años y estaba en Chivilingo, y después de una juerga desatada con guitarra y garrafas de vino al lado de una fogata, mi tío José, en plano medio día y con el care´ gallo pegando de lleno, salio de una carpa como reviviendo de una noche agitada. Despeinado, a pesar de que parte de su cabellera ya estaba abandonando el estadio, se dirigió hasta un bidón con agua recién sacada de una vertiente cercana, abrió la tapa, buscó un vaso de vidrio y depositó en su interior el preciado líquido trasparente que tanto nos costaba conseguir en aquella playa escondida. Cuando en sus manos el vaso repleto de agua estaba a punto de ser digerido, apareció mi tío Roberto desde dentro de una ramada  armada de puro “eucaliptu” y, a pesar de estar con la “caña hirviendo”, se apresuró a quitarle el vaso mientras le gritaba:
     – No seai weón… ¿que? ¿Te querí matar?
Todos se largaron a reír, incluso unas tías que miraban a lo lejos. Parece que la talla era buena. Yo, a mis cuatro años de edad, no entendí a que se debía esa risa. Ahora, después de haberla escuchado miles de veces, entiendo porque aquella rutina causó tanta hilaridad en el resto de mi familia.

Cuando cabro chico, y luego de un pichanga que terminaba a los combos con un amigo que era del Conce, cuando cada uno volvía a su casa, yo le gritaba desde mi vereda “limosnero” y el me gritaba desde la suya “borracho”. Era lo que escuchábamos en Collao cada vez que se jugaba un clásico.

Ahora se que porque cuando uno va al estadio a ver al Vial y llueve, la gente dice que hay que tener cuidado con los gritos, porque te puede entrar agua a la boca.

                 

Yiaaaaaáaaaaa…(no se como escribir este sonido tan profundamente sureño). Esa fue la respuesta de mi viejo cuando le conté quien era el nuevo auspiciador de la camiseta.
No se porque, pero ese mismo día tuve un presentimiento. Para una hinchada que a lo largo de toda su historia se ha caracterizado por su carácter bohemio y alcoholico, parece un chiste malo que su camiseta tenga la publicidad del agua potable. ¿Qué dirían los viejos chichas que amanecían afuera del vialino, entre Prat y Carreras, esperando tomarse una pituca pa´ arreglar la caña? ¿Qué dirían los viejos que hacían entrar pa´ callao una petaca con malisia pa´ ver al Vial y poder aguantar el frío y la lluvia en la cancha? ¿Qué dirían si supieran que ahora el vialito le hace propaganda al agua potable?

A mi se me ocurre que estos weones quieren matar al Vial, porque ¿Cómo se les ocurre, por la mierda, que el agua potable va a ser el auspiciador del Vial?

Esta puede ser una jugada del Almirante, le dije a mi viejo, mientras él veía la tele. Creo que no me entendió. Todos sabemos -le dije- que Arturo Fernández Vial era el almirante del pueblo, que lucho por la clase trabajadora, como dice la misma Gabriela Mistral  y que por lo mismo intervino en la huelga de los estivadores y ferroviarios en 1903 (razón por la cuál nuestro Vial lleva su nombre) y que creo 14 escuelas de obreros una vez que  se retiró de la armada. Eso lo sabemos.
Pero también sabemos que, como buen anarquista libertario, y a diferencia de varios de los otros viejos anarquistas libertarios de la colonia Tolstoiana de Augusto D´almar que el visitaba,  era un declarado enemigo del alcoholismo,  porque consideraba al alcoholismo el opio del pueblo, que no le permitía a los trabajadores instruirse, superarse, organizarse y luchar por sus derechos.
Después de todo, ¿Cómo no va a ser contradictorio que el Almirante Arturo Fernández Vial, un hombre deportista y que lucho contra el alcoholismo en los trabajadores, sea quien le de el nombre a un club que se identifica con el vino y la vida bohemia?
Paradójico.

Yo creo que es un intento desde el más allá por terminar con el vínculo entre el Vino y el Vial. De la V de Vial y Vino, termina ganando la A de Agua y Almirante. Tiene sentido.
¿Tiene sentido…?



Hoy en la tarde pasé por afuera del Vialino, que ya no existe. Quise ir al Yugo Bar, pero está cerrado. Caminé desesperadamente por las calles de la ciudad de la Furia sin poder encontrar ningún local declaradamente vialino para tomarme un trago y conversar un rato del Vial del 81´, del gol de cabeza en el último minuto, de Mario Alberto Kempes, del viaje a Linares el año pasado, de la mafia de Heller y de este puto gobierno.
No encontré nada.
Casi cuatro años después de aquel día en que pendí el televisor de mi casa al medio día, no encontré ningún bar de los que conocía que fuera declaradamente vialino para tomarme un copete y conversar. Simplemente caminé y terminé observando a un mimo en la esquina de Aníbal Pinto con Barros.

No me hizo gracia.

Finalmente el año 2008 terminamos bajando a tercera en un vergonzoso partido frente a Wanderers jugado a estadio lleno porque ese día hicimos jornada doble con Huachipato y Colo-Colo de fondo. Era evidente que los jugadores del Wanderers no querían ganarle al vialito, pero jugamos tan mal que en dos minutos nos dieron vuelta un partido que ganábamos 1-0 y nos mandaron a los poteros.
El 2009 estuvimos a punto de bajar a cuarta y nos salvamos por penales frente a General Velásquez. Ese probablemente habría sido un golpe definitivo. Luego de ser el único equipo en Chile en subir desde el futbol de barrio  primera división en 2 años, hubiésemos entrado nuevamente en la historia por bajar dos años consecutivos de segunda a cuarta. Estuvimos en penales. Estuvimos a punto. Pero nos salvamos milagrosamente, el cura de Candelaria nos ayudó.
El 2010, vino el terremoto y la elección de Piñera, poco antes había sido el incendio en la Vega Monumental. Ese año nos salvamos el último partido de jugar un partido definitorio para descender a cuarta nuevamente. Le ganamos 2-0 a la Pintana y nos salvamos por poco.
El 2011 estuvimos a un punto de volver al futbol profesional. Nos castigaron el estadio por el comportamiento de la barra y la mafia del Heller. No pudimos jugar los últimos dos partidos decisivos en nuestro estadio. Tuvimos que salir de la provincia y empatamos con Barnechea que finalmente subió. Claramente en “la bombonera” ganábamos, y esos puntos nos terminaron costando el campeonato.
Este año, año 2012, supuestamente el último año antes del fin del mundo, nuestro vialito se encuentra dividido.
Parece un chiste malo, pero existen dos Fernández Vial jugando dos campeonatos diferentes, con dos planteles y entrenadores diferentes.
Ya nos cuesta mantener uno y pa´ más remate ahora hay dos.

¿Tiene sentido…?

¿Será casualidad que todo esto nos esté pasando desde que nuestra camiseta lleva el logo de la empresa de agua potable de la zona?

Mientras observo al mimo en la esquina de la plaza de armas, de pronto, me imagino caminando por las calles de la ciudad de la Furia a mediados de los años ochenta. Camino por Prat, al frente de nuestra ex-sede y en dirección a Carreras. Justo antes de llegar a la esquina, veo a un viejo vialino dentro del bar EL Vialino, tomándose una pituca pa´ arreglar la caña. 
Entro al bar, me acercó a él y le cuento lo que ha pasado los últimos cuatro años en el Vial, desde el 2008 hasta la fecha.
Imagino que se toma el vaso al seco, canta un tres rás por el Vial y me grita:


¡Fácil pu weón!
¡Saquen el agua potable de la camiseta y pónganle una de tinto!
¡Así de simple!

¡y Salú!

¡y al seco!....